sábado, 18 de abril de 2009

Democracia de macana

Escrito por: LILLIAM OVIEDO

Al terminar la Semana Santa, las zonas más concurridas de Santo Domingo y las vías de acceso a otras ciudades, fueron militarizadas. El mayor general Rafael Guillermo Guzmán Fermín, declaró en la mañana del lunes que la Policía está preparada “para cualquier eventualidad”. ¿Por qué esas expresiones de intimidación?

No había anuncio de huelga, pero sigue viva la memoria de aquel abril, abril de 1965, cuando militares y civiles se levantaron en demanda del retorno a la constitucionalidad.

No había anuncio de movilización, pero en 1984, cuando después del feriado de la Semana Santa la aplicación de las recetas del Fondo Monetario Internacional provocó un alza general de precios, hubo acciones de masas. El gobierno que encabezaba Salvador Jorge Blanco lanzó a las calles los militares con orden de disparar a matar, y hubo cientos de muertos.

La militarización de las calles tras el feriado de Semana Santa, dejó ver, pues, el miedo.

El gobierno encabezado por Leonel Fernández recurre al abuso y a la imposición, por temor a que memoria y presente descubran la ilegitimidad de esta democracia de macana.

Cuando hace 25 años las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional dispararon contra el pueblo, actuaron para salvaguardar los intereses de la clase dominante.

Los dirigentes del Partido Revolucionario Dominicano, algunos como servidores orgánicos, y otros como efectivos representantes de esa clase, ordenaron la masacre, no sólo para acallar las protestas, sino también para garantizar la gobernabilidad en el marco del autoritarismo.

Han pasado 25 años, y la inconformidad se hace sentir, a pesar de la atomización del movimiento popular, y de la debilidad de la izquierda organizada. Por eso, el gobierno se acoge a la tradición, y recurre a formas diversas de coerción de clase.

Al inicio del presente mes, la Policía presentó a supuestos manifestantes que actuaban encapuchados... Un montaje de mal gusto. Hace apenas unos días, quiso vincular a la izquierda y al movimiento popular a los guardaespaldas de un cantante, de quienes, se dijo, portaban armas y municiones cuando fueron apresados por una patrulla del Ejército.

Los argumentos para justificar la represión, han sido infelices.

Altos oficiales han hablado de guerrilla urbana, han presentado encapuchados y gente armada, pero no han podido decir que estaban armados o encapuchados los médicos que el pasado miércoles marchaban en demanda de aumento salarial.

La marcha fue dispersada con bombas lacrimógenas y macanazos. Hasta un oficial superior fue visto lanzando bombas lacrimógenas.

¿Quién ordenó a las tropas policiales actuar con tanta violencia? Obviamente, el mayor general Rafael Guillermo Guzmán Fermín, nombrado en premio a su trayectoria represiva.

Pero no actuó contra la voluntad del presidente Leonel Fernández. En las últimas semanas, las reuniones entre Fernández y Guzmán Fermín han sido frecuentes, porque se trata de diseñar tácticas para enfrentar las manifestaciones de descontento.

La carestía de la vida, la represión y la inseguridad, crean inconformidad.

Y a la inconformidad se suma la desconfianza. Los frecuentes escándalos de corrupción que el presidente Leonel Fernández, lejos de enfrentar, apaña, son hechos que ilegitiman el ejercicio del poder.

El proceso de reforma constitucional, del cual este pueblo está siendo testigo y no actor principal como debería ser, no contribuye a crear confianza en del presidente y sus asesores, porque se encamina a fuerza de sucios amarres y conciliábulos.

Leonel Fernández renunció a la idea de una Constituyente (que quizás jamás fue sincero al plantearla), porque prefirió dejar la reforma constitucional en manos de unos legisladores con el sello de los partidos que han prostituido el sufragio y se empeñan en presentar como imposibles las aspiraciones que movieron al pueblo en abril de 1965 y como delito las acciones de masas de abril de 1984.

Partidos que han ejercido el abuso y están manchados de sangre... Ellos sostienen esta democracia de impunidad y de macana. Una democracia que no tiene madre, y es, por demás, hija de muy mal padre.

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